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El calor extremo contribuye directamente a las defunciones por enfermedades cardiovasculares y respiratorias, sobre todo en las personas de edad avanzada. Además, puede causar sarpullido, insolación, hipertermia, calambres, síncope y edema. Aún más grave, la deshidratación severa contribuye a la trombogénesis (formación de trombos o coágulos sanguíneos), pudiendo generar, por ejemplo, ataques cerebro-vasculares.
Asimismo, las altas temperaturas provocan un aumento de los niveles de ozono y de otros contaminantes del aire, que agravan aún más las enfermedades previamente mencionadas. Los niveles de polen y otros alérgenos también son mayores en caso de calor extremo, pudiendo provocar asma y descompensación de patologías respiratorias crónicas.
¿Quiénes están en riesgo frente a una ola de calor extrema?
– Personas mayores de 65 años, especialmente los más ancianos; quienes tienen dependencia de otros para los cuidados básicos; quienes presentan dificultades importantes de la movilidad o están postrados.
– Personas que padecen las siguientes patologías: enfermedades cardiovasculares (hipertensión arterial, enfermedad cerebrovascular, insuficiencia cardíaca, arteriopatía periférica), diabetes mellitus, enfermedad pulmonar obstructiva crónica, insuficiencia renal, enfermedad de Parkinson, enfermedad de Alzheimer o patologías similares, enfermedad psiquiátrica.
– Personas que toman determinados fármacos (con efecto anticolinérgico: antidepresivos, neurolépticos, antihistamínicos; diuréticos; betabloqueantes).
– Adultos mayores que viven solos, que no salen regularmente a la calle o tienen escaso contacto social.
– Trabajadores, deportistas o personas que pasan varias horas en exteriores y en hábitats muy calurosos, sobre todo si hacen esfuerzos físicos importantes.
– Niños y niñas menores de 4 años.