El concierto Us + Them de Roger Waters era, sin duda, un evento que prometía, pues además de ser reconocido por su notable música, la monumental puesta en escena que caracteriza sus presentaciones era algo que no iba a decepcionar. Y así fue, o al menos así lo vivimos muchos de los que estuvimos ahí.
Las puertas se abrieron a las 17:00 horas, y tras unas tres horas de espera a pleno sol en Avenida Grecia, corrimos hasta la cancha general. Ahí, al lado derecho de uno de los postes de sonido, esperamos ansiosos el comienzo del show.
Fueron unas cuatro horas más hasta que dieron las 21:00. Las luces se apagaron y se iluminó la espectacular pantalla que abarcaba prácticamente de lado a lado la cancha. Roger Waters iba a salir al escenario en cualquier momento, y los 52 mil asistentes, entre ellos yo, esperábamos atentos.
En la imagen se proyectó una mujer en una playa invernal. Sentada de espaldas observaba el mar, y alrededor se escuchaban gaviotas y la brisa del viento. 10 minutos y comenzaron a sonar voces de cánticos orientales. Ya eran las 21:20 y nadie aguantaba más. Repentinamente, la pantalla se volvió roja, se escucharon risas y gritos: Comenzó “Speak to Me/Breathe”, y durante los más de tres minutos que duró la canción, el silencio y la contemplación se apoderaron de mí y de quienes lo vivimos.
La pantalla mostraba el espacio, estrellas que se alejaban y acercaban, mientras las fronteras de la lejanía con el escenario iban desapareciendo. Y es que a pesar de haber estado a varios metros de Waters, en la pantalla gigante se proyectaba todo lo que ocurría en el escenario, mientras se mezclaba difuminadamente con las estrellas, la luna y los intensos colores azules.
Llegó el turno de “One of These Days”, la gente fue saliendo de la contemplación y pasó a la euforia. Todos saltaban mientras el talento musical del bajista de Pink Floyd regalaba un solo que dio indicios de lo increíble que iba a ser el espectáculo.
Un quiebre dio paso a “Time”, relojes bailaban en la pantalla y se acercaban mientras sonaban los péndulos y el frenético tic tac. Al final de la canción se retomó “Breathe”, y luego una de las partes más emocionantes de la presentación, desde mi perspectiva: Dos coristas interpretaron “The Great Gig in the Sky” en un duelo de voces que mezcladas con los brillos de la pantalla hicieron que todo pareciera, realmente, un gran concierto en el cielo.
Siguió “Welcome to the Machine”, y Roger Waters se desplazó en el escenario. El público respondía frenéticamente: ¡Welcome! ¡Welcome! ¡Welcome!, mientras la psicodelia se apoderaba de la pantalla.
Dos canciones nuevas continuaron el delirante show, “Dejá Vu” y “The Last Refugee”. La primera, para mi gusto, una de las más potentes y sentidas creaciones del álbum Is This the Life We Really Want?, que lanzó Roger Waters en el año 2017. De fondo, una notable mezcla de violines acompañaron una voz profunda y melancólica.
Con “Picture That” Waters comenzó a dar los primeros indicios del mensaje, si se quiere político, que marcó toda su presentación: Stay Human. Imágenes rápidas de Donald Trump, guerra, explosiones, niños sufriendo y dinero. Todo esto en una envolvente y desgarrada voz que anhela el despertar de una sociedad dormida. Tras esto, una nostálgica “Wish you Were Here” proyectó dos brazos suspendidos en la pantalla. Se acercaban lentamente mientras se sentía cada letra de esta inmortal creación.
Con sonidos de helicópteros comenzó “The Happies Days of Our Lives”. El pulso estaba a mil y la cancha cabeceaba sin parar. La canción se entrelazó con una de las más esperadas de la noche: “Another Brick in the Wall”. Ahí un grupo de niños de una escuela de Huechuraba- entre ellos chilenos, haitianos y venezolanos- salió vestido con buzos naranjos, cuya vestimenta me evocó la ropa usada en la cárcel de Guantánamo. Los niños cantaron y corearon la voz única de Waters. Luego se quitaron los trajes y mostraron poleras que decían “Resist”. En ese momento los aplausos se apoderaron de Ñuñoa, mientras se dio el cierre de la primera parte. Quedaba poco para el clímax.
Resistir
Durante los 20 minutos del receso, diversas preguntas se proyectaron en el escenario. Todas llevan la palabra “Resistir”. “¿Resistir qué?”, “Resistir el antisemitismo”, “Resistir el neofacismo”… La última frase decía “Dogs”. Volvió Waters al escenario y “Dogs” y “Pigs” resonaron en cada rincón del Nacional.
La genialidad de este clásico culminó cuando vino el turno de “Us and Them”, y con ella un viaje visual y musical a través de las imágenes de la pantalla. El prisma del álbum The Dark Side of the Moon (1973) apareció sobre el público en un juego de luces único, mientras una luna inflable volaba sobre los asistentes.
Luego vino la locura con “Brain Damage” y “Eclipse”, y la puesta en escena de este notable álbum culminó con un homenaje a Víctor Jara. En ese minuto, Waters saludó a Joan Jara -viuda del asesinado artista- a quien visitó previo al concierto. Tras esto Waters, emocionado, acercó su celular al micrófono y en todo el estadio sonó “El derecho de vivir en Paz”, mientras la imagen de Jara se proyectaba en la pantalla. El silencio en el estadio era sepulcral.
El show terminó con una sublime y esperada “Comfortably Numb”. Esta lamentada y profunda creación fue el mejor cierre para una experiencia inolvidable que tuvo como tema central la humanidad, envuelta en un viaje de contemplación y euforia para nunca olvidar. CHH
Por Josefina León