Se define como la imposibilidad de la penetración en el acto sexual y se transforma en un secreto de mujeres y complot de muchas parejas. Aquí una historia de vida real.
Por Javiera Cisternas, periodista de Chicureo Hoy.
Claudia, de 36 años, es una mujer que creció en una familia conservadora siendo la menor de tres hermanas. Ella tuvo una vida “normal”, salió del colegio, fue a la universidad y se casó. Pero detrás de toda esta situación había un constante silencio, doloroso y castigador que la acompañaba: La imposibilidad de poder tener relaciones sexuales con penetración.
“Siempre fui buena para la vida social, conocer gente, para ir a bailar, pero cuando me invitaban a salir, me llegaba a doler la guata de nervios, e inventaba excusas para no salir sola con un hombre, y nunca quise pololear. Hasta que llegué a la Universidad, ahí tuve mi primer pololo y mi primer beso “de verdad” a los 18 años. Todo fue bien, pero no duramos mucho. Y luego conocí al hombre con quien me casé, y con quien decidí que iba a ser mi primera relación sexual, mi primera vez. Cuando llevabamos como un año pololeando, o quizás menos, ya ni recuerdo, intentamos hacer el amor, pero yo no podía”, recuerda Claudia de sus primeros encuentros sexuales.
Este problema continuó en el tiempo, ella y su pareja compartían diferentes juegos sexuales pero siempre con la imposibilidad de la penetración. “Por muchos años, fue así: nos besabamos, nos acostabamos, teníamos juegos sexuales, sexo oral, orgasmos, etc, de todo, ambos lo disfrutabamos y nos gustaba mucho, pero cuando llegaba el momento de la penetración, mi cuerpo se ponía tenso y los músculos de la vagina se contraian inmediatamente por lo que era imposible una penetración. La causa era netamente psicológica pero los efectos físicos lo hacían imposible”, cuenta Claudia de aquella época.
Carolina Silva, kinesióloga especialista en Disfunciones del Piso Pelviano, explica que el “vaginismo es la imposibilidad de poder lograr la penetración, puesto que la musculatura del piso pélvico se contrae ante el miedo al dolor”, a lo que agrega, “muchas parejas manejan esta situación como un secreto de ellos mismos, una especie de complot hasta que se informan”, aclara Carolina.
Claudia recuerda la etapa previa al tratamiento y como avanzó con su pareja: “Nos dabamos cuenta de que no era algo normal, y consultamos informalmente a algunos doctores, pero nos decían que quizás era porque no estabamos casados y eramos conservadores, que quizás después se iba a solucionar. Jamás nadie me dijo que esto tenía nombre (vaginismo) y que tenía tratamiento y cura. Y siempre pensamos que lo íbamos a solucionar solos. Cuando cumplimos 5 años de pololeo, me pidió matrimonio. Nos casamos un año después. Todo seguía igual. Entonces comencé inmediatamente a ir a especialistas para solucionar el tema. Fui a varios ginecólogos y psiquiatras. Ninguno me dijo que tenía vaginismo, ni que esto tenía tratamiento y solución. Me decían cosas tan estúpidas como que me cure con alcohol, para relajarme, que tome relajantes musculares, etc. Lo intentamos todo, pero nada daba resultados. Esto se iba transformando en una tortura, me daba mucha frustación no poder lograrlo, por lo mismo, ya ni siquiera quería intentarlo, y pasamos por etapas muy duras. Obviamente yo siempre pensaba que mi esposo me iba a engañar con otra mujer que pudiera darle lo que yo no podía. Finalmente, intentaba evitar tener intimidad con mi esposo, porque era siempre lo mismo, y siempre terminaba llorando y frustrada, sin imaginar lo terrible que esto era también para él como hombre, el hecho de que “no se la podía con una mujer, y sobre todo con su mujer”.
La Kinesióloga especialista en Disfunciones del Piso Pelviano, nos explica la desinformación que existe en relación a esta enfermedad y explica que el tratamiento consiste en “que la mujer debe conocer su zona íntima, tocarla e identificarla. Se trabaja con dilatadores que son dedos de diferentes tamaños hasta que finalmente se llega a uno que tiene las características de un pene”, aclara Carolina Silva.
“Existen incluso diferentes grados de vaginismo y el tratamiento, siguiendo los ejercicios puede tomar unos dos meses”. Lo más importante resalta “es la paciencia y ser responsable con el tratamiento”, aclara Silva.
Con el tiempo Claudia encontró ayuda. “Cuando llegué a hacerme el tratamiento de vaginismo, me daba miedo el dolor, yo no era capaz de intrudicir mi propio dedo en mi vagina. La kinesiologa tuvo mucha paciencia conmigo, incluso para hacerlo ella. Cuando me enteré de que el tratamiento era con dilatadores, y que iban aumentando en tamaño, pensé que jamás iba a ser capaz de lograrlo. La empatía y dulzura fueron fundamentales para lograrlo, ella iba siempre a mi ritmo, sin presiones, y dándome todo el apoyo que se requiere en estas circunstancias. Poco a poco lo fui logrando, adquiriendo más confianza conmigo mismo y volver a sentirme mujer. Pensaba que yo era la única mujer en el mundo que le pasaba esto, pero la consulta estaba siempre llena, todas con lo mismo”, relata Claudia.
“En mi consulta he visto muchos casos de mujeres que han padecido de esta enfermedad, lo mal que lo han pasado y lo díficil que ha sido sobrellevarla. Algunas han tenido el apoyo de sus parejas y otras simplemente han tenido que enfrentarla solas. Pero es importante que se entienda que tienen tratamiento y se conozca más sobre la misma”, explica Carolina Silva.
Claudia es una mujer que ha logrado salir adelante y ya no padece de vaginismo, se siente plena en su vida y esta gozando todos los ámbitos de la misma. “ahora estoy disfrutando de mi sexualidad de manera plena, siempre con responsabilidad, pero siento que ahora estoy viviendo y disfrutando todo lo que debí haber conocido”, concluye.